06 Set Los Franciscanos y la pastoral de la ciudad
Los Franciscanos y la pastoral de la ciudad
Isidro Pereira Lamelas ofm
«Le choix que font François et ses frères c’est l’apostolat dans les villes». Jacques Le Goff1.
«È la strada il luogo dove resiede Francesco com i suoi compagni». Pietro Messa2.
Introducción
Las relaciones entre los franciscanos y la ciudad, así como el papel de las órdenes mendicantes en la configuración y desarrollo de los núcleos urbanos, tienen merecido la atención de ilustres investigadores, principalmente franceses y italianos, que, desde los años 60 del pasado siglo, evidenciaron este hecho histórico; las órdenes mendicantes, principalmente los franciscanos, se distinguieron precisamente por su presencia y intervención en la vida urbana3. Así como señala el historiador Jacques Le Goff que inicio esa investigación, los medios urbanos ofrecían el terreno ideal para la nueva actitud traída por eses hombres que empezaban a construir un nuevo modelo de santidad:
«Queriendo romper con la tradición monástica que preconizaba la instalación en la soledad, ellos implantaron sus conventos (que no eran monasterios) en el medio de los hombres y, en el principio, en el medio de aquellos “hombre nuevos” cuyos problemas se querían encargar y cuyos desvíos pretendían combatir, los hombres de las ciudades»4.
El suceso mendicante en los medios urbanos puede ser evaluado por la migración de la periferia para el centro durante todo el siglo XIII, mientras que los mendicantes «hacían la conquista social, financiera y moral de los citadinos»5.
Respondiendo a lo que los promotores de este Congreso nos solicitaron y del cual nos sentimos muy honrados, procuraremos mostrar la relevancia histórica y actual de este viraje pastoral específica de la novitas traída por los Mendicantes.
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Un mundo en desarrollo: del ruralismo feudal hasta el urbanismo comunal
El mundo en que nascieron y vivieron los fundadores de las Órdenes Mendicantes se caracterizó por enormes alteraciones. No nos podemos alargar y así vamos a recordar solamente lo que es esencial en lo que dice respecto a nuestro tema.
Europa vivía ya casi cuatro siglos de régimen feudal en que la mayoría del pueblo se ocupaba esencialmente de actividades rurales. Todo giraba alrededor de la “gleba” que fijaba os “servos” a un inmovilismo simbolizado en los castillos que protegían los Señores y sus dominios. El modelo feudal se plantaba esencialmente en la tierra y en la vida rural. La vida social era marcada por el ritmo agrario y por el paisaje rural en el cual se tejían redes fixistas de relaciones sociales caracterizadas por el feudo de vasallos.
La Iglesia vivía profundamente comprometida y condicionada por este paradigma, El modelo de vida consagrado típico era el introducido por San Benito en el siglo VI que colocaba como pilares esenciales de la vida de los Monjes la conversión, la obediencia y la estabilidad del lugar.
Con el incremento del comercio, a partir del siglo XII, las ciudades ganan nueva importancia. Las que ya existían se renuevan y se multiplican nuevos centros urbanos unidos a las rotas comerciales6.
Estos centros mercantiles atraen cada vez más gente que se ocupaba cada vez menos de la tierra, y más en el comercio o en algún oficio de artesanos. El dinero entro definitivamente en la vida de los hombres y circula en grande escala en esta red urbana y comercial. La prueba de riqueza deja de residir en la posesión de latifundios, para pasar a basarse en la moneda en oro o plata. La ciudades, que antes estaban bajo el dominio de los señores feudales o que eran propiedad de un abad, bispo o conde …, se liberan de los viejos señores. La clase mercantil termina exigiendo independencia y libertad para negociar, reclamando nuevas leyes y autonomía política. Se imponen, así, en los siglos XII y XIII, las comunas (los habitantes de las ciudades que se agrupan en asociaciones para promover sus intereses comunes). Este movimiento comunal deprisa se entiendo por toda Europa.
La emancipación y el proliferar de las ciudades traen una nueva sociedad.
Es así que, a la par de la revolución económica, se opera también una substancial transformación social: la sociedad se establece y se apoya, ya no en la tierra y en el modelo rural feudal, pero si en la ciudad, en las comunas y en el comercio7, implicando nuevos modelos de relacionamiento social. Ahora, hay nuevas formas de ganar la vida, en la actividad comercio y artesanal. Las permutas comerciales promueven la movilidad social y el intercambio cultural, como lo comprueba el ejemplo del padre de San Francisco, un comerciante en ascensión que se casa con una francesa…
Se acostumbra decir que “El viento de la ciudad trae libertad”: en ella no vigoran los vínculos rígidos del modelo que unían a la tierra y al señor feudal. Las comunas pidieron libertades y franquicias hasta el punto de alcanzar el status de ciudades libres. El dinero es ahora el motor del cambio, la nueva referencia de la riqueza y del status político y social.
Al deshacerse de los vínculos con la tierra y los compromisos con los señores feudales, nuevas formas de vida y de relación social se imponen basándose en una cierta nivelación social de los “ciudadanos” con intereses comunes, donde la diferencia se establece por el “dominio del dinero” o de la plutocracia: quien manda ahora es el dinero.
Con el desarrollo de las ciudades, de los mercadores y del dinero, el mundo, empieza así a girar a otro ritmo.
Ayer como hoy, las ciudades funcionan como transformadores eléctricos; aumentan las tensiones, precipitan las trocas, urden incesantemente la vida de los hombres… Son los aceleradores de todo el tiempo de la Historia (F.BRAUDEL). El peso de los hombres es mayor en las ciudades.
«Esa radical y profunda transformación social se encuentra íntimamente relacionada con la eclosión de la fraternidad franciscana y el rápido desarrollo de la misma. Fue ella que le preparó el ambiente y lo estimuló»8.
Era verdaderamente inevitable que tales cambios afectaran también los modelos de la Iglesia y de la vida religiosa. La Iglesia reflejaba, en buena parte, el sistema feudal: pertenecer es jerarquía e la vida religiosa era, por norma, privilegio de los nobles. Los clérigos y los monjes oriundos de la nobleza mantenían también la supremacía económica y cultural. Ahora, surge una nueva clase de burgueses y mercadores que reclaman la igualdad de derechos en los pórticos de la Iglesia. Fueron las Órdenes Mendicantes que abrieron las puertas y respondieron a la nueva sed de vida espiritual que se manifestaba (tal como hoy) en la ocurrencia de nuevos movimientos. Gracias a las Órdenes Mendicantes, principalmente de sus Órdenes Terceras, los grupos sociales emergentes en la nueva realidad urbana, pudieron encontrar su lugar en la Iglesia9.
Tal promoción no se procesó por vía de una reclamación o revolución de esas clases, pero si por vía de una nueva forma de anuncio y presencia de los Mendicantes en el mundo. E esto a punto de poderse afirmar que las Órdenes Mendicantes contribuyeron muchísimo para resolver las fuertes tensiones sociales y eclesiales creadas por las alteraciones que se estaban operando.
El monaquismo de Cluny se encontraba agotado, después de dos siglos de apogeo. Es la edad de la reforma cisterciense (Francisco nasció 30 años después de la muerte de San Bernardo). Este tipo de vida monástica tenía como característica una profunda inserción en el sistema socioeconómico y social feudal. Los monjes son clérigos, reclutados, la mayor parte de las veces, en las altas camadas sociales, y viven en clausura, una vida centrada en el Oficio y en el trabajo intelectual. Viven en grandes abadías cercadas por extensas propiedades territoriales que explotaban por si propios o recurriendo a colonos.
En esta época se difunde la Orden de los Canónigo (San Rufo, San Víctor, los Premonstratenses), adoptando el modelo monástico, pero siguiendo la Regla de San Agustín; pero también las Órdenes Hospitaleras y Militares. Tendríamos todavía de hablar de los movimientos de legos contemporáneos de Francisco, Valdenses y Humillados, que viven una pobreza radical, en una actitud de crítica abierta a la jerarquía, pretendiendo retornar a la verdadera vida apostólica, (cf Act 2, 43-47; 4, 32-35), como ya lo habían hecho el viejo monaquismo10.
A la par o al margen de este modelo monástico, hay grupos de eremitas, como los Cartujos, Camaldulenses o otros todavía más “libres”, algunos de los cuales practicaban una predicación itinerante.
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Un nuevo modelo de vida religiosa: Tal como el Cristianismo, el Franciscanismo es, genéticamente, urbano
Francisco y el ambiente familiar en que crece representan bien el mundo en evolución que es el suyo. Hijo de un destacado comerciante de Asís, tiene 16 años cuando, en 1198, los habitantes de esta ciudad asedian y arrasan la ciudadela que la domina, cual símbolo del poder feudal, imperial y papal. Tiene 18 años cuando los habitantes de Asís celebran el termino de las obligaciones y derechos feudales y se constituyen en una comuna libre. El joven hijo de Pedro Bernardone vivió y participo de este movimiento de emancipación, también viendo ele, en la nueva situación, una promesa de afirmación personal y ascensión social. Anheló los ideales de nobleza que podría aspirar gracias al dinero del comercio de su padre.
A los 20 años, Francisco se involucra directamente en la defesa de los nuevos ideales comunales siempre asociados al propósito de expansión comercial, tomando parte en la guerra contra la comuna de Perusa.
Diversos fueron los percances y los momentos en que el joven de Asís se dio cuenta que su sueño de grandeza no se balizaría por el rasero que seguía la sociedad contemporánea.
Ya se decidirá por un genero de vida totalmente nuevo cuando, un día, entró en la iglesita de San Damián para orar, y es cuando oye la voz del crucifijo que le confía una misión: «Id, Francisco, y repara mi casa que, como ves, está en ruinas»11.
Pero el momento crucial del discernimiento vocacional del joven de Asís sucede en Febrero del 1209, cuando el hijo del rico comerciante Pedro Bernardone, escucho el Evangelio de la misa, según Mt 10, 7-14; precisamente el paso que constituirá el núcleo de la Regla evangelii que, un año después, será oralmente aprobado por el Papa Inocencio III. En este pasaje evangélico Francisco encuentra ya las claves esenciales que caracterizaran la predicación franciscana; el ir por el mundo (y los envió a predicar el Reino); la proclamación del Reino de Dios por el camino; el cuidar de los enfermos (leprosos); el desprendimiento (no llevéis nada para el camino); y, por el camino, el anuncio de la paz12.
Los biógrafos acentúan la alegría y determinación con que Francisco reaccionó a las palabras del Evangelio de la misión y luego se decidió a poner en práctica aquella palabra que le enunciaba la forma de vida que quería abarcar: hoc est quod volo, hoc est quod quaero, hoc totius medullis cordis facere concupisco13. Llevando a la letra la palabra del Evangelio, el eremita se transformó en predicado: trocó la túnica de eremita que vestía14, añadiéndole características de un predicado ambulante; descalzo y con una cuerda a la cintura, en lugar del acostumbrado cinturón, salió a predicar, literalmente, a todas las criaturas la Buena Nueva del Reino. Francisco sabía ahora que había sido llamado a una misión específica en la Iglesia de su tiempo: llevar el anuncio del Evangelio literalmente a todos.
El momento decisivo de la configuración del programa religioso de Francisco es, pues, señalado por la escucha del Evangelio de la misión de los Apóstoles (Mt 10, 7-14). Con la predicación itinerante «Francisco determina la afirmación definitiva en toda Europa de la predicación popular»15.
A pesar de todo sabemos las dudas que afligieron Francisco en los principios de su vida evangélica: «poco después de su conversión (1215) – leemos en Florecita XVI – Francisco, que ya había reunido y recibido en la Orden muchos compañeros, entró a pensar mucho y con grandes dudas sobre lo que debía hacer: solamente orar o también predicar, una vez que otra»16. Confiando en la oración y discernimiento de Frei Silvestre y de Santa Clara, les pidió que le ayudaran a discernir cual la voluntad del Señor. La respuesta fue dada directamente por la voz de Cristo en estos términos: «Tanto a Frei Silvestre como a Sóror Clara e demás hermanas respondió Cristo y revelo que era de su voluntad que tu vayas por el mundo predicando, porque Ele no te eligió solamente para Ele, pero también para la salvación de muchos». Al escuchar tal respuesta, «Francisco se levantó con grandísimo fervor y dijo: Vamos, en nombre de Dios!».
Vamos, en nombre de Dios! La expresión traduce bien la motivación decidida y profunda de la vida y apostolado franciscano. Francisco “saliera del mundo”17, para volver al mundo con una nueva misión: «ves y reconstruye mi casa!». Los Frailes Menores no bien, por eso, en conventos o monasterios, pero andan por el mundo trabajando y predicando entre los hombres, practicando una forma de vida nueva inspirada en el ejemplo de Cristo y de sus Apóstoles. Aunque tengan “salido del mundo” para abrazar la vida religiosa, permanecieron en el mundo, entre los hombres, en la vida apostólica, esto es, vida de presencia comunicativa, testigo y servicio del Evangelio, por el ejemplo y por la palabra. Esta es la mayor novedad que Francisco introdujo en la vida de la Iglesia: Una Orden Religiosa que no se escapa al convival con los hombres, pero permanece entre ellos, como fermento evangélico. De esta manera, Francisco inventó una nueva forma de “estar en el mundo sin ser del mundo” o de “salir del mundo” sin alejarse de los hombres que lo habitan y de sus alegrías y angustias, reviviendo la experiencia de los primeros cristianos tal como no la describen los apologiastas18. Un contemporáneo describe así sus impresiones sobre el nuevo movimiento naciente19.
La decisión de ir por el mundo no significa el abandono del ideal eremítico, entendido a la manera de Francisco, pues, para el santo de Asís, “predicar” significa, antes de todo, dar el ejemplo de vida realmente diversa de la vida mundana, pero también porque desea que sus cofrades continúen teniendo tiempo para la vida a solas con Dios20.
Además, la nota característica de la primera fraternidad franciscana residirá precisamente en esta “particular forma de vida pendular entre eremo-ciudad»21.
Un contemporáneo, Tiago de Vitry, nos deja un testigo seguro de este modo de vida de la primera fraternidad. Escribiendo a sus amigos de Génova, en 1216, dice que «los frailes menores […] son tenidos en grande consideración por el Papa y por los Cardenales […]. Durante el día entran en las ciudades y aldeas, empeñándose activamente en la conquista de otros para el Señor; por la noche regresan a los ermitorios o a algún lugar solitario para dedicarse a la contemplación»22.
El primitivo movimiento franciscano vivió, pues, en una tensión sin conflicto entre el yermo y la ciudad, entre el convivio con las gentes y la soledad del ermitorio23. Todavía, no pasó mucho tiempo hasta que, después de la muerte de de su Fundador24, se reencendiera el debate entre los defensores del modelo eremítico e los apologistas de la vida activa y inserida en la sociedad. Inter homines conversari ou ad loca solitaria se conferre?25: Más que un dilema o alternativa, la cuestión exprime una tensión que temprano se resuelve claramente a favor y en la dirección de la ciudad. Por los años 70 la Orden de los Frailes Menores ya se encuentra plenamente inserida en la sociedad urbana26.
Necesidades materiales, llamamientos sociales, busca de una mayor seguridad, pero sobretodo razones pastorales se conyugaron para conducir los Mendicantes en un proceso de rápida e decidida conquista espiritual de la ciudad. A partir de meados del siglo XIII los Mendicantes se adaptan a la ciudad sin que el ideal eremítico se apague.
El caso por nosotros bien conocido de Santo Antonio de Lisboa ilustra bien esta tensión y pasaje: cautivo por la vida de los “eremitas minoritas” de Santo Antón, se retira para el yermo del Monte Paolo. Pero luego fue llamado para dedicarse a la predicación urbana: Su palabra y acción documentan bien la intervención de los menores en la ciudad.
Es el exordio de una decisiva ruptura con las tradicionales formas de vida religiosa (monaquismo). En contraste con estas que privilegiaban el silencio y la anacorese o separación de la ciudad, Francisco de Asís concibe la Forma de Vida de los “Hermanos Menores” no como una Fuga mundi pero como un ire per mundum predicando el Evangelio de la Paz. La Regla Franciscana es la primera, por lo menos en el Occidente, a reservar un capitulo exclusivo a la predicación y a los predicadores. Según esta intuición, la vida religiosa debe ser vivida en el medio de la gente, entre el pueblo, en el convivio humano, ahí donde palpita la vida de la ciudad, donde hombres y mujeres concretas trabajan, lloran, sonríen, litigan y conviven con los pecados y virtudes de unos y otros; ahí donde hay ricos y pobres, donde se vive y se muere.
A diferencia del monaquismo clericalizado, sedentario, basado en la estabilidad económica y separación del mundo, en consonancia con la antigua anacorese, o incluso en contraste con los canónigo27 o Órdenes Hospitaleras y militares, con estruturas y objetivos bien definidos (funcionales, servicios), el movimiento franciscano nasce en la plaza de Asís y se desarrolla por las vías del mundo: en sus orígenes, no es monástico, ni canónico, no es funcional, ni clerical, por lo menos hasta 1240 (cuando también la Orden Franciscana se clericaliza).
Al asumir la ciudad como ambiente privilegiado de la presencia pastoral, los mendicantes en general y los menores en particular28, se veían obligados a un vivo debate y compromiso doctrinal y cultural sobre temáticas que hoy diríamos de ética política y social29.
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La Novitas franciscana: Ire per mundum
«Les franciscains sont le plus souvent in via», afirma J. Le Goff30.
Tomas de Celano refiere que Francisco, imitando literalmente a Jesús Cristo, envió sus primeros seguidores a anunciar la paz y la penitencia, describiendo la predicación del santo, el mismo biógrafo dice que Francisco «calcorreaba las ciudades y poblaciones (civitates et castella) a anunciar el Reino de los cielos y la paz, el camino de la salvación e la penitencia»31.
Van, como dicen las primeras fuentes, per civitates et loca, no solo contactando, pero entrando en las ciudades y aglomerados.
La novedad de Francisco no reside32 , pues, propiamente en el ideal de la penitencia, aunque inicialmente el pequeño grupo se auto denominase de “hombres de penitencia oriundos de Asís”. Después de todo, el ideal de penitencia estaba ampliamente difundido en su tiempo. Ni siquiera el ideal de pobreza podría ser visto como la marca distintiva del movimiento suscitado por Francisco, pues en su tiempo no faltaban grupos de pobres penitentes que vivían en la más radical pobreza, como modo de conformar sus vidas a la vida de los Apóstoles.
La novitas franciscana tiene más a ver con la forma original como Francisco canalizó todas sus energías positivas que daban vida a todos eses movimientos, algunos de los cuales en peligrosa tensión con el cristianismo oficial. El fue el hombre síntesis de los diversos valores y aspiraciones humanas y religiosas que pululaban en su tiempo, de forma algo dispersiva, proponiendo algo que muchos buscaban: una Iglesia más próxima de su modelo apostólico y, así, el retorno al Evangelio, a la pobreza y desplazamiento de los Apóstoles, a la predicación despojada, el retorno a las orígenes carismáticas del propio monaquismo33. De aquí resultó la fuerza atractiva de la formula o forma de vida franciscana que llamó hasta si a pobres y ricos, plebeyos y nobles, incultos y letrados, campesinos y citadinos.
Y así, sin quererlo, Francisco creó un nuevo modelo de vida religiosa, diferente de las formas ya existentes (monacal, eremítica y canoníca) dando origen a una nueva religio, como, de resto, ya lo reconocen sus contemporáneos34.
La novedad traída por Francisco, empezaba luego por una nueva Regla y por el propio tipo de Regla. Esta, no obstante haber sido institucionalizada por el Papa Inocencio III en 1209 (cuando el grupo contaba tan solo con doce hermanos), no encontraba espacio en el Derecho Canónico de la época35. Y, a bien de la verdad, hasta hoy, la religio franciscana encuentra dificultades jurídicas respecto a su naturaleza.
Todo esto porque, principalmente, el franciscanismo rompía con un cierto ordenamiento del mundo muy religioso, pero poco evangélico, donde la cristiandad ni siempre era garantía de una sociedad más fraterna; un mundo estratificado y delimitado por muros sociales y religiosos que interesaban tanto a los poderosos del mundo laico como a los del mundo eclesiástico, y que habían encontrado en la ideología de la tri-funcionalidad medieval su expresión más acabada.
Por eso, la novedad traída por la propuesta franciscana no se colocaba tanto al nivel jurídico, pues consistía fundamentalmente en una nueva relación con el mundo, la sociedad y la ciudad. Desde sus más remotas orígenes, la vida religiosa nasció y se impuso casi siempre como una fuga de la ciudad de los hombres o una fuga mundi; tanto el monaquismo eremítico como el cenobítico tenían, como elemento común, la anacoreze o abandono del convival humano: Huye de los hombres y serás salvado! 36.
Toda la vida religiosa fue concebida como una alternativa a la vida social común y a los “peligros” de la ciudad. Los monasterios nunca eran construidos dentro de las ciudades ero si en sitios alejados, “fuera del mundo”, lejos de los negocios seculares. En esos monasterios se constituía prácticamente una sociedad autónoma y paralela: con una economía propia, para que en nada dependieran del mundo, con una organización específica, con objetivos comunes diferentes de los del mundo. La abadía o monasterio, rodeado de altas y robustas murallas, era concebido como un verdadero castillo de la fe y de la virtud, donde se oraba y se trabajaba (ora et labora) por su propia salvación y la del prójimo. La stabilitas loci (estabilidad local) era uno de los requisitos de este tipo de vida. El monje renunciaba al mundo y, por eso, debía vivir fuera del mundo, nunca abandonando su celda y menos aún el monasterio.
Frente a os modelos de vida religiosa tradicionales que implicaban un alejamiento geográfico y social de la sociedad, la nueva religio de Francisco de Asís introduce un nuevo concepto verdaderamente revolucionario, sin dejar de reconocer las virtudes de los otros modelos. De hecho, el Poverello concibe la Forma de vida de los “Hermanos menores” no como una fuga mundi pero si como un ire per mundum. Según esta institución, la vida religiosa debe ser vivida entre la gente, el pueblo, en las relaciones humanas, donde los hombres y mujeres concretas que no viven solo de pan, buscan alimento y respuestas para su vida37.
Frente a las formas de Orden religiosa ya existentes, basadas en el principio de la estabilidad del lugar, la Fraternidad franciscana está en constante desplazamiento y no vinculada a un monasterio. En el opuesto al principio jerárquico, que colocaba el Abad, vitaliciamente, al frente del monasterio, surge ahora una comunidad de hermanos unidos por la obediencia reciproca u cuya autoridad se ejercía alternadamente; frente al modelo predominante que se basaba en la propiedad común que hacía del monasterio un mundo auto suficiente, la fraternidad de Francisco nada poseía, viviendo de su trabajo y de la generosidad de los otros; Si las Ordenes existentes estaban encerradas en si mismas, rodeadas de muros y apartadas del mundo, en una clausura casi total a la sociedad, la nueva comunidad quiera abrirse al mundo, tal como se encuentra ilustrado en la narración alegórica de nombre “Esponsales de Francisco con su Dama Pobreza”.
Ahí se cuenta que los hermanos se llevaron a la Dama Pobreza hasta el alto de un monte donde le enseñaron el mundo entero y le dijeron: «Este es nuestro claustro»38.
Es así que los más antiguos biógrafos y cronistas nos presentan a Francisco y a sus seguidores, centrados o abiertos al mundo, prójimos del hombre, en las ciudades y villas, en las plazas y calles, trabajando con ellos y anunciando la Palabra de Dios, consolando y cuidando de los enfermos, ayudando a los pobres, sus amigos preferidos. Sin monasterios ni residencia fija, los primeros frailes menores calcorreaban carreteras y calles, predicando y trabajando, hospedándose o pernoctando muchas de las veces en casa ajenas, tanto de ricos como de pobres, cuando así se lo proporcionaban39. Y cuando sus contemporáneos expresaban extrañeza por un modo de vida tan exótico, sin celda ni convento, se acordaban de la respuesta de Francisco: « Nuestra celda es nuestro corazón y nuestro convento es el mundo entero». El horizonte pastoral de los frailes franciscanos es tan amplio como el del propio Evangelio: Amplio espacio del mundo: Tiago de Vitry nos habla de la nueva Orden como un “claustro del tamaño del mundo” 40.
La vida del fraile es un envío (para eso el Señor os envió41): Seguir e imitar Cristo, Enviado del Padre para presentar el Reino en el mundo. El espacio de la misión es, así, el mundo entero: los medios para realizar su misión son la vida expresa en palabras y obras; el contenido de la evangelización consiste en dar testigo de la voz de Dios, único Todo-Poderoso. La prioridad dada al testigo implica una verdadera inserción en el mundo habitado por los hombres. La ciudad y el mundo son, así, el monasterio de los frailes, y las calles su claustro.
En la Carta a toda la Orden Francisco recuerda a sus seguidores que «El (el Señor) os envió al mundo para que con palabras y obras, deis testigo de su Palabra»42.
Ire per mundo no significa, necesariamente, ese in mundo (estar en el mundo). Esto es, los Hermanos de Francisco no se establecen en el mundo ni se conforman con este mundo.
La principal singularidad del franciscanismo, frente a un conjunto de propuestas religiosas contemporáneas, tiene que ver con el modo como Francisco entendió la “renuncia al siglo” y la intercesión espiritual en el mundo; de facto, sus frailes renuncian no solo a la propiedad individual, como también a la propiedad comunitaria. De esta forma, por primera vez, un grupo de miembros de la Iglesia católica, se presentan como “pobres” en el medio de los pobres, rehusando, simultáneamente, “huir del mundo“, rehusando, así, también las garantías ofrecidas por las estructuras religiosas vigentes.
Toda la Regla y principalmente la vida y historia de la Orden Franciscana, en sus diversos ramos femeninos, masculinos o laicos, es un ire per mundum de acuerdo con la agenda de Cristo. Por eso, la pobreza individual y comunitaria, coherente con la nueva concepción de vida religiosa. Quien está en continuo movimiento de “ir por el mundo” no puede tener propiedad. El fraile menor no habita en ningún lugar y, en cualquier lugar, es “peregrino y extranjero” 43.
Es significativo que la Regla franciscana no dedique ni siquiera una línea en el trato de casas o conventos44. Además, habla de “casas” para prohibir su posesión: “Hermanos, no tengáis propiedad sobre casa, pero como peregrino y forastero servir al Señor en pobreza y humildad” 45.
Y cuando los primeros compañeros de Francisco fueron enviados en misión «iban por el mundo como peregrino y extranjeros, no llevando nada para el camino, excepto los libros con los que oraban la Liturgia» y, continua Tomas de Celano,
«cuando no conseguían alojarse en casa de algún sacerdote, preguntaban si en el lugar había algún hombre piadoso y temiente a Dios, en cuya casa pudiesen honestamente hospedarse»46.
Francisco no se oponía totalmente a la existencia de conventos o casa para sus hermanos; sin embargo, no quería que sus frailes fuesen propietarios de conventos, pero «en ellos habitasen como peregrinos y extranjeros47. Así, recomendaba en estos términos, a los que enviaba en misión por las ciudades.
«Cuando los hermanos lleguen a una ciudad, donde todavía no tengan habitación, si encuentran alguien que les ofrezca terreno para construir un convento con huerta y espacio necesario, deben calcular primero cuanta tierra necesitan, sin ultrapasar el estrictamente necesario… Una vez obtenida la bendición del bispo, vayan y tracen un surco alrededor del terreno recibido para construir el convento; ahí, en lugar de muro, planten una sebe, en señal de pobreza y humildad»48.
Como vemos, mismo cuando admite la edificación de conventos, el Santo no quiere que se alcen muros que encierren o protejan los frailes que deben dar testigo al mundo que los rodea. Los loci o establecimiento de los frailes no son los ermiterios ni las clausuras de los monasterios, pero si la vida; esta era donde nascía y crecía la experiencia de los primeros frailes, siempre proyectados para fuera y para alla de una morada cerrada o estable. Es precisamente este «andare in cittá, tra la gente»49, itinerancia y predicación (con la vida), que permitirá una rápida irradiación del movimiento. La stabilitas monástica y hasta eclesiástica, daba lugar a la itinerancia evangélica y pastoral.
A partir de esta nueva concepción de vida religiosa se estructuró la forma de vida del movimiento franciscano. Manuscrita la Regla para esta forma de vida, Francisco quiso dedicarse a un capítulo especial para determinar: Como los hermanos han de ir por el mundo (IR6):
«Aconsejo y exhorto en el Señor Jesús Cristo a todos mis hermanos, cuando van por el mundo, no litiguen, ni censuren los demás; pero sean mansos, pacíficos y modestos, humildes y a todos hablen con delicadeza. En cualquier casa, que entren: “Paz a esta casa”».
Mundus o Saeculum tenían una connotación negativa en la tradicional literatura monástica, donde eran identificados con la “Babilonia” o el reino del pecado que se oponía a la gracia del cielo50. En esta forma de pensar, la huida mundi era la respuesta natural, como requisito para regresar al paraíso (ermita, cenobio)51.
En contraste con tal concepción común de la época, según la cual la perfección evangélica consistía en un desprecio del mundo (contemptus mundi) y se realizaba a través de la huida mundi, la vida y la misión de los hermanos menores consistía “yendo por el mundo”. Es verdad que Francisco también habla de “dejar el mundo”, pero en el sentido de la conversión, esto es, del abandono del pecado para volver a Dios. Paradoxalmente, sin embargo, tal proceso de conversión a que llama de “vida de penitencia”, se realiza en el mundo52.
Por otro lado, ese moverse por el mundo, para Francisco, no era un vaguear sin rumo, sin compromiso y sin sentido. Era un movimiento “evangelizador” o “apostólico” porque, era motivado por el Evangelio y orientado para el anuncio. Cuando decimos “apostólico” no queremos afirmar que Francisco quisiese imitar, como los movimientos penitentes, la vida apostólica”. Más que imitar la vida de los Apóstoles quiere seguir los pasos de Jesús Cristo53.
4. Una predicación adecuada a la ciudad
Ir por el mundo exprime, así, un concepto de evangelización que implica no solo una itinerancia geográfica como también una actitud socio-teológica, ya que solamente hay evangelización cuando se camina al encuentro de la gente para realizar las tareas de misión.
El episodio de Frei Masseo, descrito en Florecita 11 ilustra bien la nueva actitud misionaria y pastoral:
«Caminando un día San Francisco por el camino junto con Frei Masseo, el dicho Frei Masseo caminaba un poco delante y llegando a un lugar en que el camino se dividía en tres, por donde se podía ir no solo para Florencia como para Sena o para Arezzo, Frei Masseo dijo: “Padre, ¿por qué camino debemos seguir?” Le respondió San Francisco: “Por aquel que Dios quiera”. Le dijo Frei Masseo: “¿Y cómo podemos nosotros saber la voluntad de Dios? Le volvió a responder San Francisco: “Por la señal que yo te enseñare, por eso yo te ordeno, por el merito de la santa obediencia, que en este cruce, en el lugar donde tienes los pies, te gires en rueda, en rueda, como hacen los críos, y no pares de girar hasta que yo te lo diga” Entonces Frei Masseo empezó a dar vueltas sobre sí mismo, y tanto rodó que sintió en la cabeza un vértigo, de esos que se acostumbran sentirse con ese giro, y cayó varias veces al suelo pero como San Francisco no le decía para parar y él quería obedecer ciegamente, se levantaba. Por fin, cuando estaba girando fuertemente, San Francisco le dijo: “Pará y no te muevas.“ Y él se paro, y San Francisco le preguntó: ”¿Para qué lado tienes tu rostro?” Respondió Frei Masseo: “Para Sena” Le dijo San Francisco: “Ese es el camino por el cual Dios quiere que vayamos.” Y yendo por ese camino, Frei Masseo se admiro fuertemente de lo que San Francisco le había hecho hacer, como un crio, delante de los seculares que pasaban. Pero, por reverencia no se atrevía a decir nada al su santo padre. Cuando se aproximaban de Sena, el pueblo de la ciudad oyó que el santo estaba llegando y fueron a su encuentro y, por devoción, se lo llevaron, a él y a su compañero hasta la casa del obispo, de modo que no tocaban siquiera el suelo con los pies. En aquella hora, algunos hombres de Sena estaban combatiendo entre si, y dos de ellos ya estaban muertos. Llegando donde ellos estaban, San Francisco predicó tan devota y tan santamente que los reconduzco, todos juntos, a la paz, humildad y gran concordia.
Este episodio, digno de las ancianas historias de los llamados “locos por Cristo”. Ilustra bien los elementos característicos de la pastoral franciscana: la itinerancia sustentada por la divina providencia, la predicación, itinerante por caminos y “cruces” del mundo, urbana y popular, en obediencia a los pastores de la Iglesia, no soportada por esquemas rígidos, pero atenta y adecuada a los problemas concretos de la ciudad, el anuncio del Evangelio de la Paz.
La itinerancia o la fe vivida en el camino, llevó la paz a la ciudad y Frei Masseo se quedó también en paz, pues andaba inquieto con los métodos poco serios con que San Francisco, discernía los caminos de la evangelización54.
Junto a esta opción por el apostolado itinerante y urbano, Francisco introduce también un concepto nuevo de evangelización, más adecuado a la nueva situación.
Liberándose de la ars praedicandi tradicional y de los topoi prescritos por esa, predicación de primera Fraternitas, más que un ejercicio de oratoria sacra o doctrinal, es una experiencia de vida55.
Por todo eso, la predicación y evangelización franciscanas privilegian la presencia y el testigo en el medio de las personas. Vivir evangélicamente en el medio de los hombres define el modo específico y innovador de la evangelización franciscana. Más que predicar con palabras, “predicar con obras”, vivir como hermanos en el medio de los otros hermanos-. Es la Fraternidad evangélica. Más que anunciar desde fuera o desde lo alto, predicar como quien está “en el medio” de las personas. Proximidad, inserción, inculturación, son los requisitos de esta forma de evangelizar. Los hermanos prediquen con Obras (Rnb 17,3): predicar con la vida, es hacer de la propia vida el anuncio. «Exultad con vuestra obras, pues para eso Él (el Hijo de Dios) os envió por el universo para dar testigo de Su voz, por vuestras palabras y vuestras obras y hacer saber a todos que nadie es Todo-Poderoso sino Él» (CTOr, 8-9).
Cuando enseño a un fraile como debía ser la primera predicación, haciendo un paseo de silencio por Asís, o cuando respondió a un dominicano que solicitaba consejo sobre la forma de amonestar los predicadores; «El Siervo de Dios debe ser tan ardiente de santidad de forma a interpelar con la luz de su ejemplo y con la elocuencia de sus acciones todos los impíos».
Esta prioridad de la presencia comunicativa y de la predicación silenciosa, por el testigo y por el ejemplo, no desvalorizaba la predicación verbal, antes por el contrario. Esta, no obstante, asume nuevos contornos.
Cuenta un contemporáneo y testigo ocular, que, por el año 1222, Francisco, en el día de la fiesta de la Asunción, fue llamado a predicar en la plaza de la ciudad de Boloña “frente al palacio público, donde se encontraba reunida casi toda la gente de la ciudad. El tema del sermón era”los Ángeles, los hombres y los demonios”». Pero, concluye el mismo testigo, que la predicación de Francisco “fue toda sobre el deshacerse las enemistades humanas y de establecerse acuerdos de paz entre las poblaciones»56.
Así, Francisco daba el mote para la predicación franciscana futura: en las plazas de la ciudad y atenta a los problemas sociales de los que ahí habitaban.
Hace siglos que el monaquismo privilegia el silencio y la huida mundi. Ahora surgía una nueva forma de vida religiosa en que la palabra, la predicación y el contacto itinerante con el pueblo son también tarea prioritaria de los “monjes”.
En la Regla escrita por Francisco leemos que, antes de más, «todos los hermanos deben predicar por las obras… acautelándose de la soberbia y van gloría y atribuyendo todos los bienes al Señor Dios Altísimo» (IR 17).
En respuesta a la predicación heterodoxa de los movimientos heréticos, Francisco advierte sus hermanos que van predicar a hacerlo bajo la aprobación del Ministro General pero también bajo la obediencia de los prelados de las Iglesias locales. Pero, el más importante viene a seguir:
«También amonesto y exhorto los mismos hermanos a que, en los sermones que hagan, sea su lenguaje ponderada y piadosa, para utilidad y edificación del pueblo, al cual anuncien los vicios y las virtudes, el castigo y la gloria, con brevedad, porque el Señor, en la tierra, usó la palabra breve».
Como vemos, Francisco se preocupaba más con la actitud (humildad, sumisión57) y los moldes prácticos (simplicidad, brevedad) que con los métodos y contenidos de la predicación.
Así mismo, podemos percibir que los temas privilegiados de la predicación franciscana revelan también ellos una preocupación preponderantemente social.
Con el aceso a la ciudad, los franciscanos pasan a dirigirse no solo a las clases socialmente más humildes, por quien manifiestan prioridad (cf. 1 Reg 9,3), pero también a los de elevada condición social58. En un tiempo en que la distancia jerárquica y social era una fuente de injusticias y conflictos, los franciscanos tuvieron un papel decisivo en la atenuación de eses males de la ciudad.
Los temas de paz y de justicia, de humildad y de conversión, la insistencia en la fraternidad universal y la invitación a la alabanza al Criador por los beneficios concedidos a los hombres, son algunas de las notas especificas de la predicación minoritaria. Es una predicación que se distingue de los otros itinerantes, y mismo de los dominicanos, por su aspecto positivo de los temas abordados. Francisco nunca niega, pero afirma; no ataca pero propone lo que el mismo vive con alegría. No critica la Iglesia o los prelados, pero se pone a su servicio (cf. Adm. 26). Las fuentes franciscanas no hablan prácticamente del confronto de los franciscanos con los herejes59.
A partir de Francisco, los Frailes Menores optaron por una pastoral volcada en establecer relaciones próximas con los fieles que normalmente correspondían con esmola y estima.
«Hay un contrato – acostumbraba decir Francisco – entre el mundo y los hermanos: estos deben dar al mundo un buen ejemplo; el mundo les debe a ellos lo necesario para su sustento»60. La ciudad necesita de la presencia de los frailes que, por su ejemplo, por la predicación y por el consejo son garantes de la orden social y política, motivo de prestigio cívico; los frailes, por su lado, necesitan del apoyo y sustento material que la ciudad les concede: un intercambio que deriva de una nueva concepción de vida religiosa. Esta relación estrecha entre los frailes y la ciudad y sus instituciones permite una nueva relación entre la Iglesia y la sociedad, relación que hasta entonces se exprimía principalmente en una “Iglesia episcopal” 61. Así, se fue creando una red de amistad eficaz62, en las cofradías Fraternidades OFM, obras de beneficencia…
Fue, principalmente en los espacios urbanos que los frailes respondieron de diversas maneras a los problemas y exigencias de la sociedad: predicando, organizando cofradías y hermandades, desarrollando una cura animorum adecuada a la ciudad; trabajando y colaborando con los gobiernos urbanos, creando una serie de mecanismos pastorales que cautivaban los citadinos; autos de fe, devociones, leyendas y vidas de santos…
5. Pasaje definitivo al apostolado urbano
Desde el adviento, que el franciscanismo procuro conquistar las ciudades por la palabra y por el testigo de la vida de penitente. Al principio habitaban junto a los muros próximos de las puertas de la ciudad: locales de encuentro y de pasaje. Progresivamente fueron penetrando en el espacio urbano. La nueva Orden encontró, en el espacio urbano, su habitad natural.
Con el rápido crecimiento de la Orden, temprano, la necesidad de organización, se enfrentó con una crisis de la novitas del modelo primitivo.
El cronista ingles Rogerio de Wendover (+1236), fue testigo directo de la rápida expansión de la fraternidad franciscana en Europa, y nos describe, en estos términos, el que, en su opinión de benedictino, era el proprium del movimiento religioso suscitado por Francisco:
«Por estos tiempos, los predicadores que son llamados Menores que, repentinamente, surgieron con los favores del Papa Inocencio III, poblaron la tierra, cruzaron ciudades en grupos de diez o siete para anunciar la Palabra de la Vida… Viven en las ciudades y en los grandes centros… A los Domingos y días de fiesta, salen a la calle y predican la Palabra del Evangelio en las iglesias parroquiales, comiendo y bebiendo junto de los que dependia el deber de la predicación»63.
Este monje ingles consideró tres notas esenciales de la fraternidad franciscana iniciada en Asís en 1209: la predicación popular, la itinerancia, el evangelismo y la pobreza.
El espacio urbano continúa siendo el ambiente privilegiado del apostolado de los Menores, constituyendo el polo aglutinador de las actividades pastorales de los frailes. Y mismo cuando la Orden de los Menores, de alguna forma, se torna monacal, nunca se alejó del ideal pastoral de la proximidad de los orígenes y permanecerá siempre esta marca de las orígenes.
Cuando Jordán de Jano, encargado de los frailes enviados a Alemania (Sajonia) necesitó de preparar residencias para sus hermanos, «aquel que a los frailes fuera dado como procurador por los ciudadanos, preguntó a Frei Jordán si quería que construyesen un claustro, pero él, que nunca había visto un claustro en la Orden preguntó: “No sé lo que es un claustro; basta que nos construyan una casa junto al agua para que podamos bajar hasta ella para lavar los pies”. E así fue hecho»64.
Este dialogo es sugestivo, pues creemos que nos muestra como, mismo lejos de Asís, permanece la grande preocupación de la simplicidad en las residencias y la preocupación por cuidar de los pies cansados de las longas jornadas apostólicas. La residencia no debe perjudicar la vida apostólica.
La opción por el apostolado urbano y el rápido crecimiento de la Orden implicó en una progresiva sedentarización de sus miembros. Si, en el inicio, no existían iglesias propias, ni claustros, a partir de fines del siglo XIII se multiplican los conventos en las grandes ciudades. En la Crónica de la Normandía, se dice que «difícilmente se podría nombrar una ciudad o villa conocida en que los hermanos no tuviesen edificado lugares para vivir»65.
Principalmente a partir de 1230, las dos principales Órdenes mendicantes toman una clara orientación urbana. Hasta meados del siglo los conventos eran fundados todavía en la periferia de las ciudades. Pero, a partir de 1250 los mendicantes empiezan a transferirse para dentro de los muros de la ciudad. Franciscanos y Dominicanos empiezan, a partir del medio del siglo XIII a abarrotar las ciudades de conventos. A punto de los pontífices verse obligados a intervenir en el sentido de distribuir mejor las fundaciones de estas dos Órdenes diferentes66.
En el culminar de todo este proceso, en las últimas décadas del siglo XIII, las Órdenes Mendicantes se encontraban profundamente radicadas en el tejido urbano, asumiendo un fecundo intercambio: de la ciudad recibían esmolas, leña y otros bienes, apoyo social, estima … Como contrapartida los frailes ofrecían sus servicios de mediadores, diplomáticos, monte Píos. Los frailes asumen incumbencias de caris público (reuniones de los gobiernos citadinos en los conventos, el uso de campanas para anunciar peligros, administración de finanzas comunales y de las obras publicas; embajadas pacificadoras y diplomáticas) 67; participan activamente en la organización de la asistencia social68. En la verdad, la ciudad era el espacio más adecuado a sus objetivos pastorales: ahí podían, fácilmente, reunir grandes asambleas a las cuales invitar a la conversión… Las herejías eran, principalmente, fenómenos de la ciudad, lo que explica el papel que los franciscano tendrían, y principalmente los Dominicanos en la Inquisición.
Todas estas razones son condicionantes pero no decisivas, en nuestra opinión. El motivo determinante fue, una vez más, la voluntad de Francisco de regresar al Evangelio de Jesús Cristo. Así esta salida del Padre en darse a los hombres. Para esto vine yo. De esa forma, el cristianismo siempre se confundió con la misión y con el anuncio de la Buena Nueva a los hombres donde estos vivían. Por eso Cristo Predica el reino a las multitudes y Paulo y demás Apóstoles recurren los caminos del imperio y de la ciudad para anunciar Cristo.
Habitando próximo de los hombres de la ciudad, los frailes querían ejercer su pastoral de edificación espiritual y conversión sobre los citadinos. De hacho, la predicación franciscana es, como quería Francisco, en primer lugar, por el ejemplo y luego conmoviendo, no a través de la retorica literaria pero de la elocuencia del ejemplo y actitudes. Solo en ese sentido, es legítimo llamar a los Menores “praedicatores”, como a los Dominicanos.
6. Conclusión/Actualización: la predicación franciscana hoy
Hace 50 años, el Papa Juan XXIII, Tercero Franciscano, convocaba un nuevo concilio para responder a la urgente necesidad de la Iglesia abrirse más al mundo, y ser fermento evangélico en un mundo que la interpelaba69.
Hace 800 años, los Santos Francisco y Domingos entendieron bien esta urgencia, proponiendo a la Iglesia nuevas formas de vida religiosa y pastoral inseridas en la ciudad y más atentas a las angustias, “alegrías y esperanzas” del mundo y de los hombres. Nuestro mundo, nuestras ciudades y sociedades son hoy bien diferentes, no obstante los muchos elementos de continuidad. Así mismo, podremos aprender mucho con la nueva forma de presencia y anuncio del Evangelio en el mundo que Francisco y sus seguidores nos donaron.
¿Que nos muestra la metodología de Francisco y la “escuela franciscana” en lo que respecta a la pastoral?
Auscultar no solo las señales de los tiempos, pero también las señales de los lugares. Hoy, el mundo es una villa global, o mejor dicho, una ciudad global ya que más de la mitad de la humanidad vive en ciudades.
Abandonas los claustros. No podemos anunciar la Buena Nueva y la alegría de ser cristianos si tenemos miedo y nos defendemos del mundo y de sus peligros. Hay que salir, para encontrarnos en el terreno, no quedarnos a la espera que nos vengan tocar a la puerta ya convertidos. Hay que perder el miedo de la ciudad, de sus “condominios cerrados” de la indiferencia de los callejones sin salida que ella ofrece a tantos. Hay que enfrentar sin miedo sus “peligros”, pues solo sabremos realmente si Dios está en nuestra barca cuando la tormenta nos despierte a todos.
Ser solidarios con los que sufren los desmandes, las inquietudes, el hambre y la sed de los que viven en el mundo. Ni siempre son ellos que tiene que “volver al redil”. Hay que ser generoso, no tanto con las cosas materiales que más avivan la avaricia, pero con actitudes interiores y beneficios espirituales. No nos podemos olvidar que no se puede comunicar o dar la vida a los otros sin antes dar la vida por los otros. Francisco se colocó claramente del lado de los “pobres” viendo en ellos la imagen de Cristo que, por amor, se hizo pobre, pero viendo también en ellos la expresión de todo ser humano mendicante de sentido, de Amor y felicidad plena.
Una presencia comunicativa: Los Franciscanos bien como
los Dominicanos, se tornaron en los animadores espirituales de la ciudad medieval. Con grande intuición, ejercieron una pastoral adecuada al ambiente social y cultural de su tiempo. Imitando Cristo, pobre y humilde, Francisco y sus seguidores, introdujeron una nueva metodología de evangelización basada en la proximidad y en la abertura a todas clases sociales.
Los Frailes Menores fueron siempre los hombres del pueblo. Pero esto no significa que se identifiquen con el folklore religioso, por importante que sea. El anuncio del Evangelio solicita hoy, mucho de nosotros. La vivencia del Evangelio tiene consecuencias éticas, sociales y políticas para la vida diario de las ciudades de los hombres.
Una predicación existencial y popular: atenta a los nuevos problemas y aspiraciones, que requiere un testigo más visible y próximo, una evangelización en sintonía con el ritmo de vida de las gentes, con un lenguaje que todos entiendan (actos, gestos, entusiasmo).
Valor testimonial de la propia vida evangélica: en una cultural infraccionada de palabras de “los medios de comunicación” que nada comunican, una Mensaje Nueva o una Buena Noticia solo será escuchada y proclamada al estilo de Jesús.
Por el testigo, con pasión, a partir de dentro, más que a partir de las ideas o verdades religiosas.
Una pastoral siempre al servicio del hombre: Francisco así lo hizo, procurando revaluar los criterios y las formas de
relacionamiento entre las personas, proponiendo valores y medios para óptica, o las pautas evangélicas propuestas por Jesús.
Una respuesta contextualizada, pero no acomodada: en la ciudad de los hombres, pero no pactando con las leyes del más fuerte, o con la dictadura del dinero, usura, diferenciación social. Francisco y sus hermanos quisieron aproximarse de la sociedad y de los hombres, no para hacerse “hombres del mundo”, pero para ofrecer un futuro por parte de Dios a todos, impidiendo que el dinero y los “dioses” de la ciudad, corrompiesen la imagen de Dios que hay en cada ser humano.
Prioridad de la evangelización sobre el sacramento: en una sociedad que ya no es la de la “cristiandad”, hay que ir más allá de la tradicional pastoral sacramental. Urge inventar “nuevas formas de presencia” y de una nueva predicación. Nosotros, los hombres y mujeres de la Iglesia, vestimos fácilmente la piel de “pastores de ovejas”, pero tenemos de volver a ser “pescadores de hombres”; estamos más mentalizados y preparados para “apacentar” los que ya son fieles, que en conquistar nuevos creyentes o “repescar” los que se alejaron de la fe. La predicación itinerante de Francisco daba prioridad a esta última preocupación.
Una pastoral que anuncie Dios es realmente Dios y no una norma religiosa o un precepto o una observancia. «Amemos a Dios que nos dio un cuerpo, toda una alma y toda una vida» (IR 23, 8). Anunciar un Dios que es don, que nos ofrece la vida que es la mejor oportunidad de amarlo y amarnos. Los hombres que viven en nuestras ciudades anhelan por un Dios que cure, que libre, que nos lleve a ser misericordiosos y atentos al hambre y a la sed de los que todavía no encontraron un “Buen Pastor” que dé la vida por ellos.
Un anuncio claro y en el corazón de la vida: Un Dios así que realmente se ofrece, pero que tendrá que ser anunciado por las calles y carreteras de la vida. Lo que hoy decimos ser “un mundo
sin Dios”, mismo que fuero verdad, no es sino el resultado de un cierto anuncio que presentaba Dios sin mundo. Nuestras homilías y predicaciones responden, muchas veces, a cuestiones que nadie presentó. En contrapartida, quedan sin respuesta las cuestiones que realmente inquietan nuestros contemporáneos. Francisco nos enseña que, para anunciar es necesario primero escuchar: la voz de Dios y las voces que suenan por las calles de la ciudad. Por eso no se encerró en un monasterio, pero recorrió los caminos de los hombres hablando con pasión de Dios y de su pasión por nosotros. Este Dios que, al contrario de desconcertar nuestra vida, nos ayuda a vivir apasionadamente.
Una predicación positiva: Un abordaje positivo del mundo, haciéndonos presentes en los espacios de frontera de la pobreza y de la cultura. Es fácil decir mal del Mundo, principalmente en tiempos de gran crisis. En su tiempo, fueron muchos los que, en su predicación maldijeron la “secularización”: La Iglesia de entonces tuvo dificultades en acompañar los cambios sociales y económicos. Muchos de sus pastores reaccionan negativamente, condenando las nuevas formas de vida económica de la sociedad urbana.
Francisco se armó con las armas de la paciencia, del respecto, cortesía y amabilidad para anunciar el Evangelio mismo en los ambientes “hostiles” de otras ciudades y culturas.
Comprender, no juzgar o condenar, o recriminar: Solo seremos escuchados se miramos a los otros como personas y amadas por Dios, mismo que no crean en Él como nosotros creemos. El verdadero valor de las personas no es su religión pero la humanidad de su corazón. Los agnósticos y ateos creen que el mundo sería mejor sin religión: Francisco y Clara son la prueba de que no tienen razón.
Cortesía y urbanidad: Francisco fue siempre muy cortes y respetador en la oferta que hacía de Dios (cf. Fl 37). Creía que los corteses y amables se parecían con Dios, afirmando que «La cortesía es una de las propiedades de Dios, que por cortesía ofrece el sol a buenos y malos». Más que nuestros sermones conseguiremos tocar a la gente con actitudes y gestos de acogimiento, de bondad.
Un apostolado profético: ser testigo con obras y con la vida de que el Evangelio continúa en vigor, es una utopía realizable; es un itinerario y no un “estado de perfección”; es un “ir por el
mundo” en la dependencia de Dios y de la Providencia. Conclusión
¿Cómo recuperar esta sensibilidad y habilidad pastoral?
Una vez más, Francisco nos puede ayudar. Él es el hombre de la proximidad, del cuidar del otro, sin crear muros ni guetos, pero también no invade la privacidad. Su fraternidad universal se planta en el suelo, donde todos fijan los pies y caminan de pie, pero nunca reniega la utopía y la esperanza iluminada por la fe. Francisco veía en el otro al propio Cristo, y por eso, le era muy fácil hablar de Cristo, más a través de gestos y actitudes que de palabras. Él nos enseña que sin compasión es inútil predicar y que quien ignora al más pequeño de los pequeños, ignora el grande. Pero también es verdad que quien sueña pequeño será siempre pequeño.
Según Tomas de Celano, el Santo de Asís,
«Asumía el sufrimiento de todos los que padecían, hablando con palabras de compasión cuando no podía ayudar de otra forma. Llegaba a comer en días de ayuno, para que los enfermos no quedasen avergonzados de comer… Una vez llevo hasta la viña un hombre que sabía estar necesitado de chupar las uvas. Sentándose debajo de la parra también él empezó a comer, para dar coraje al otro» (2C 133, 175 ss.).
Sin una buena dosis de profundo amor por la humanidad concreta, la tal que vive en la ciudad, nunca podremos curar sus heridas y las nuestras. Solo la misericordia nos torna profundos y nos dará un basamento seguro a nuestro testigo: Donde hay misericordia y discernimiento no hay superficialidad ni endurecimiento» (Adm 27).
Que “muestro corazón no se quede endurecido”, frente a la incredulidad de la ciudad. Muchas veces miramos al mundo y a los que no creen como nosotros, con superficialidad y menosprecio (o damos esa idea). La mirada de misericordia nos lleva a un discernimiento diverso. Muchos jóvenes, por ejemplo, tienen, de las personas de la Iglesia que se creen muy espirituales, una imagen “dura”, nada acogedora, poco acogedoras al encuentro. Podríamos mismo preguntar si fueron las personas que se alejaron de la Iglesia (y de los religiosos) o el contrario?
Y, de nuevo, nos viene a la mente, el modelo alternativo de Francisco, nombradamente en el relato de la conversación de los Ladrones de Borgo San Sepolcro (LP 90), donde, podemos confrontar la estrategia de fraternidad (conventual) en contraste con la de Francisco que así ordena que hagan: a) Veis al encuentro de los ladrones, llevarles de comer, con rosto alegre; b) Después de saciados, habléis del Señor, con este primer pedido, ´que por amor a Dios vos prometan no pegar ni hacer mal a nadie`. Y que si pedís todo al mismo tiempo no os darán oídos. c) Al día siguiente hacéis la misma cosa y como recompensa por la promesa que antes hicieron, además de pan y vino, lleváis también huevos y queso para servirles; d) Cuando terminen de comer, les decís: ¿porque quedáis aquí todo el día, muriendo d hambre, sufriendo el frio y en deseo y acciones hacéis sufrir a los demás perdiendo vuestras almas si no os convertís? Seria para vosotros mucho mejor que os entregareis al servicio del Señor, que os dará en este mundo el necesario para el cuerpo y, por fin, salvará vuestras almas. Y el Señor, en su misericordia os inspirara a la conversión.
La florecita termina diciendo que aquellos temibles bandidos no solo abandonaron el deplorable género de vida, como algunos hasta se quedaron como frailes.
Si queremos leer en las líneas y entrelineas, tenemos aquí un buen ejemplo de cómo llevar hoy el Evangelio hasta la ciudad.
De todas formas, para eso tenemos también que hacer parte de sus “grupos de riesgo”, como hizo Francisco y, principalmente, como hizo Jesús Cristo.
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